Perdonarse a uno mismo resulta muchas veces más difícil que perdonar a otros, porque implica enfrentarnos con nuestro interior, con aquello que preferiríamos no ver, admitir errores, vulnerabilidad y aceptar que fuimos humanos. Uno de los primeros obstáculos es la vergüenza profunda: no solo sentimos culpa por lo que hicimos, sino que creemos que somos defectuosos, indignos, “malos” en el fondo. Esa identidad dañada hace que perdonarse se perciba como traicionar lo que creemos que “merecemos”. También está el perfeccionismo: quienes tienen estándares muy altos de sí mismos consideran que cometer errores es imperdonable, y cada falla les parece una prueba de que no valen lo que esperaban.
Otro factor poderoso es la voz del crítico interno: ese diálogo interno que magnifica las faltas, reduce los logros, repite una narración negativa que apenas deja espacio para ver más allá del error. Esa rumia mental —pensar una y otra vez lo que hicimos, qué deberíamos haber hecho, qué dirán los otros— genera una especie de prisión emocional que hace casi imposible liberarse. Además, existe el miedo al juicio externo: aunque muchos saben que los demás ya los han perdonado, el temor de ser vistos con desprecio, no aceptar desaprobación o imaginar que se decepcionó a quienes queremos nos impide aceptar el perdón interior.
También pesa mucho la falta de auto-compasión. Mientras que solemos ser más indulgentes con los errores de quienes apreciamos, con nosotros mismos tendemos a aplicar reglas más duras, castigos imaginarios, comparaciones constantes. Esa falta de ternura hacia lo propio impide que podamos reconocer que fallo no significa fracaso absoluto, que aprender es parte de ser humano. En paralelo, otro obstáculo es la creencia de que perdonarse equivale a convalidar lo que se hizo, a desentenderse de las consecuencias: se teme que perdonarse signifique pasar por alto el daño, evadir responsabilidad, o dejar de hacer lo necesario para reparar.
Por último, el perdón interno es un proceso que requiere tiempo, reflexión, humildad y a veces ayuda externa. No basta con decir “me perdono”; hay que trabajar activamente: reconocer lo que pasó, aceptar responsabilidad, hacer lo posible para enmendar si es posible, aprender de la experiencia, transformar los valores o conductas, y construir una nueva narrativa personal que incluya lo vivido como parte del crecimiento, no como una mancha permanente.





